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Bibliografia Iberica


Page 3

PASCUAL SERRANO

        «Como a unos cinco o seis kilómetros al Este de Alpera (Apiarum de los romanos) y en término de Ayora, hemos visto las ruinas de más importancia, sobre todo en extensión, que hay por estas immediaciones. En la punta de una montaña de regular elevación llamada Meca, enlazada con el Mugrón de Almansa, inaccesible casi por todos sus puntos y cuya cúspide forma una meseta de unos veinte a veinticinco mil metros de superficie, se hallan estas interesantes ruinas ocupando casi toda su extensión. Al SE., único punto accesible por ser el de enlace con los otros cerros, está cortada a pico la piedra granítica que la forma, y se ven evidentes señales de fortificación, por los grandes bloques de piedra labrada y con ranuras, ya desprendidos, y que corresponden a otros iguales que aún están en su sitio; todo lo cual formaba una especie de reducto o castillo de unos 100 metros superficiales, y cuyos cimientos se ven claramente todavía. Una estrecha puerta abierta en la misma piedra y de fácil defensa daba acceso por este punto a la población. Como a unos 150 metros al N. de este fuerte principian a notarse las ruinas de la población, siendo una de las primeras cosas que se encuentran un hermoso aljibe de 30 metros de longitud pro 4 de latitud; aunque no pudimos medir su fondo por estar cubierto de tierra y piedras, no creemos exagerar al darle un volumen de 600 metros cúbicos o 600.000 litros de capacidad; que como otro, poco más pequeño, que hay al extremo de las ruinas, creemos estuvieron destinados al servicio público, porque se diferencian mucho así en volumen como en corrección, regularidad de su forma, y de otros varios, cuyo número pasará de 300, y debieron tal vez pertenecer a casas particulares. Es tan grande el primero, que los sencillos labradores que por allí habitan le llaman el trinquete, creyendo erróneamente que sirvió a los árabes de juego de pelota. Al O., y en uno de los puntos más elevados, se ven las ruinas de un edificio, que por la extensión de los grandes sillares y la anchura de sus cimientos pudiera haber sido un templo o palacio. En la parte N. E., punto algo accesible a la población, se notan vestigios de muralla. Pero lo que más gusta y llama la atención al arqueólogo y hasta de las personas indoctas, es el camino cuierto. Principia éste casi al pie y al N. N. E. del cerro; y abierto en piedra viva, a una profundidad que no se ve por estar obstruído, pero que se le puede calcular de dos o tres metros, lo va faldeando hasta llegar a la cima por el S., viéndose todavía en muchos sitios los agujeros donde colocaban los travesaños que sostenían la cubierta; cruzaba toda la población donde se bifurcaba en dos ramales, yendo a desembocar uno, próximo a la llamada Cueva del Rey Moro, no a la misma cueva, como por allí dicen. Esta cueva nada absolutamente de particular tiene, sino un pequeño manantial de pura y cristalina agua que aparece allí colocado para que el curioso que estas ruinas visite se reponga del cansancio o apague la sed que produce su difícil y costosa subida. Esta cueva se halla al N. y hacia media falda del cerro en un peñón cortado, con sólo una estrecha y peligrosa entrada que un solo hombre puede defender. En ella se ha conservado hasta hace pocos años una anilla de hierro donde se dice ataba el Rey moro su caballo; anilla que no dijeron haber recogido nuestro amigo entusiasta arqueólogo, a quien se debe esta ciencia sus progresos en nuestra provincia, D. José Sabater.
        Los restos de la cerámica que en estas ruinas por todas partes se encuentran son de distintas épocas, y hay multitud de tradiciones sobre hallazgos, algunas hasta ridículas, como visitas de moros con planos y extracción de tesoros, etc. Creo que nadie ha hecho excavaciones, por lo menos formales, y que ni aun han sido visitadas esas ruinas por personas peritas. En la ligera excavación practicada por nosotros el año pasado sólo pudimos encontrar una bonita, aunque algo rota, lucerna romana de barro saguntino.
        En el llano e inmediaciones de estas ruinas hemos practicado también algunas excavaciones y encontrado diferentes vasos de finísimo barro con pinturas; una especie de puñal muy ancho, objetos de cobre, cuatro pequeñas ánforas, monedas y un brazalete de plata.»

JOSE SABATER

        «En la primavera del año 1877, en una mañana sin viento y sin celajes, de esas que en tal estación son raras en nuestro país por lo espléndidas y por su cálido ambiente, acompañado por algunos amigos de Alpera hice mi excursión a esas notabilísimas ruinas que, de seguro están llamadas a hacer mucho ruido en el campo de la historia, cuando por mayor cultura o por más abundantes medios puedan practicarse las investigaciones científicas que a gritos demandan este y otros sitios completamente inexplorados. No me propongo ofrecer a usted detalles de este famoso sitio: ni vi el camino cubierto, ni las derruidas fortificaciones que describe D. Pascual Serrano, ni lo que apunta el Canónigo Lozano en su disertación II de la Bastitania que usted inserta en su artículo de Almansa. Dos horas pasé en la extensa planicie, dedicándolas con mis compañeros a ver las cisternas y las ruinas de la población árabe, tan perceptibles, que en sus líneas de calles y casas se presentan como un plano de abultado relieve. Allí recogimos con facilidad sobrada, por la abundancia con que están repartidos, una multitud de cascos, por desgracia muy pequeños, pero representando todas las épocas, desde los gruesos, negros y plomizos obscuros, como los de Libissosa, anteriores a lost tiempos de Augusto, hasta los finos de vivos colores, tan frecuentes en la última época de la dominación árabe. En 1878 envié yo a París estos preciosos ejemplares al Sr. D. José Emilio Santos, Comisario Regio Delegado en aquella Exposición Universal, por si podían aprovecharle en cierta discusión habida sobre la importancia de la cerámica francesa y española, y no me fueron devueltos.
        Pero, créame usted, amigo mío; lo que hay por todo extremo notable en el Castellar de Meca, no son las ruinas romanas y árabes que ostentan, ni el camino cubierto, ni la Cueva del Moro, sino esos inmensos y admirables silos que, como el peña-carril (igual a nuestros modernos rails), que se ve en el último tercio de la montaña, y las pesebreras a él inmediatas, todo ello abierto a pico sobre la dura roca granítica, hacen pensar si aquello está labrado por un pueblo de gigantes o son milagros y producto de la barbarie y de antiquísimas supersticiones. Contemplado en lo más elevado de la cumbre el severo paisaje que se descubre por la parte de la graciosa vega de Alpera que serpea por entre los altos cerros del Chisnar, el bosque y Giravalencia, desde cuyas alturas se divisan con plateados fulgores las aguas del Mediterráneo, decía yo para mí: ¿Qué raza de hombres habitó estos lugares solitarios allá en los remotos tiempos? ¿Fueron civilizados? ¿Constituyeron tal vez una horda de salvajes, merodeadores de los limítrofes pueblos cortesanos y de las fértiles huertas de Valencia, depositando, amparados por su acrópolis, en esos inexplicables silos el botín de su rapiña? Y si fueron los tales silos y cisternas destinadas a sus propios usos, ¿porqué existe tan crecido número, cuando tres o cuatro de ellos bastarían para satisfacer por largo tiempo las necesidades de la población que allí puede albergarse? ¿Podría creerse que esas trescientas y tantas cavidades fueron minas, como la del cerro de Montpichel, abandonadas ya durante la dominación romana, explicando así su existencia por los impetuosos y tenaces movimientos de la codicia? Pero en tal caso, ¿para qué esa regularidad de las paredes y el esmero con que están labradas?
        No hay, pues, medio, amigo mío, por diversas y abundantes que sean las conjeturas, de descifrar estos enigmas; pero podemos persuadirnos de que a la hora presente las ruinas de Meca, bien haya sido ciudad culta o caverna de bandidos, están cubiertas por el densísimo velo de las edades y serán por mucho tiempo la mortificación de los arqueólogos.

JULIAN ZUAZO Y PALACIOS

        No es cosa de copiar todo lo dicho en nuestro libro.
        Desde luego declaramos que contiene múltiples imperfecciones, que carece de un plano, tan necesario en estos trabajos, y que es parco en la descripción y algo sobrado en hipótesis.
        Nuestra obra publica la bibliograffía de MECA y la descripción de ella y una nota de lo hallado en nuestras excavaciones.
        Aquí nos limitaremos a dar una noticia-resumen de la descripción por nosotros hecha y de paso prometer una nueva edición de estas singulares ruinas, en la que procuraremos subsanar todos los defectos y añadirle un concienzudo plano levantado por persona peritísima y eminente arqueólogo.
        «Con el nombre de Castellar de Meca, es conocido en el Monte Mugrón o Murón las ruinas de una gran ciudad prehistórica, que se puede, sin temor, llamar ibérica.
        El monte Mugrón está situado en los términos municipales de Alpera y Almansa (Albacete), y en el de Ayora (Valencia). El Castellar de Meca está enclavado en el de Ayora.
        La altura máxima de este monte, según el Instituto Geográfico y Estadístico, es de 1.218 metros.
        Las ruinas ibéricas conocidas por el Castellar de Meca, tal vez por su importancia, ocupan el primer lugar de las existentes en España.
        Meca era ciudad inaccesible, expugnable sólo por un punto, pero cerrado por potente fortaleza, cuyos cimientos subsisten.
        La situación de las ruinas de MECA nos demuestra que el pueblo que sobre ellas se levantaba fué eminentemente guerrero y edificó aquel baluarte para defensa, y nos induce a creer que era el lugar destinado, en caso de invasión, a proteger a todas las gentes de las cercanías, que, con sus riquezas y ganados, se refugiarían dentro, y allí, dejando a buen seguro a mujeres y niños y a todos los no aptos para empuñar las armas, los guerreros, libres de todo cuidado, podrían lanzarse a contener la invasión, y en caso de derrota, refugiarse también ellos en la ciudad-castro y reorganizarse con calma, y luego poder hacer nuevas salidas para luchar con sus adversarios.
        La cerámica de MECA es genuinamente ibérica y semejante en un todo a la de otras ruinas del mismo origen. (Problema de la Cerámica Ibérica.---Pedro Bosh y Gimpera.---Madrid, 1915, página 17.) Claro es que entre esta cerámica se encuentra alguna romana; pero no hay lugar en España donde esto no suceda, porque al consquistar los hijos del íber el suelo hispano impusieron de tal modo su industria a los naturales del país, que la ibérica, aun sin dejar de ser tal, hubo de fundirse, formándose el nuevo arte ibero-romano, del que tantas muestras hay en toda la península, no queriendo decir, por tanto, la cerámica romana que la ciudad de Meca no fuese ibérica, sino que en su seno, o de buen grado o por fuerza, hubo de dar albergue a los dominadores del mundo.
        Creemos firmemente que Meca fué destruída antes de subir al trono el primer emperador de Roma, porque al practicar diferentes excavaciones en las ruinas de esta ciudad hemos recogido infinidad de monedas, y entre ellas ni una imperial, y parte de algunas autónomas; todas son consulares. Esto demuestra lo que afirmamos: de haber subsistido la ciudad de Meca con el Imperio, entre las monedas familiares se encontrarían las de los emperadores, acuñadas en Roma, y las imperiales autónomas, fabricadas en España por las ciudades que gozaban privilegio de batir moneda.
        Formando curiosos dibujos y laberinto, se ven las calles que aún se conservan en perfecto estado. A uno y otro lado de ellas están los cimientos de las que fueron casas de aquella ciudad; las unas, grandes, como pertenecientes a suntuosos palacios; otras más pequeñas, sin duda de familias plebeyas bien acomodadas, y otras pequeñas, en extremo reducidas, moradas de la plebe baja y de los esclavos.
        Se da el caso singularísimo, el que más avalora las ruinas de esta ciudad, la existencia de multitud de aljibes, tallados todos ellos en roca viva.
        Son de dos clases los depósitos: unos grandes, inmensos, que tomaban el agua de las calles, por pequeños, pero también muy espaciosos, que se ven al lado de las ruinas de los edificios que debieron ser palacios o edificios públicos.
        Creemos que los que tomaban el agua de la calle fueron destinados al abastecimiento de la población en general, mientras que los que están al lado de las ruinas de edificios eran para el uso exclusivo de las familias ricas, que los hicieron construir dentro del perímetro de sus casas.
        Como detalle curioso damos aquí las medidas de algunos de estos aljibes, para que se pueda formar una idea de lo que éstos eran.
        Aljibe público, próximo a la Cueva del Rey Moro. Largo, 15 metros; ancho, 3 metros; y aunque está cegado, tiene una profundidad de 4 metros.
        Aljibe particular. Largo, 3,10 metros; ancho, 1,50 metros; también está cegado, y a pesar de ello conserva una profundidad de 2 metros.
        Gran aljibe (el mayor de Meca). Largo, 26,50 metros; ancho, 5 metros; éste, medio relleno, tiene hoy una profundidad de 4 metros, y estando limpio su hondura debe de ser 7 metros. Algunos tienen escaleras de descenso.
        Son notables, y entre todas las poblaciones antiguas de España no existe una que los tenga en tal número y construidos como éstos.
        Todos ellos son obras maestras de cantería, y hay que considerar el esfuerzo que con malas herramientas supondría a aquellas gentes vaciar la roca y construir los depósitos.
        Es digna de mencionarse la calle o camino único que conducía a la ciudad; comienza a los pies del cerro, y, rodeándole suavemente, va a parar a lo más alto, y allí, entrando en la ciudad, la atraviesa totalmente. Sus principios son casi imperceptibles; poco a poco va señalándose y termina hundiéndose en la roca, la cual fué excavada para dejarle paso.
        En su tercera parte toma una profundidad de unos 2 metros, y de pronto se hunde más y más, llegando a estar hasta 4 o 5 bajo el nivel del suelo.
        En lo profundo de este camino, hoy cubierto de malezas, pinos y sabinas, se ven las rodadas de los vehículos de los antiguos habitantes de MECA. Están las rodadas tan hundidas, que nos demuestran fué este camino muy pasajero de carros y que debieron existir frecuentes comunicaciones rodadas entre las gentes del castro y del llano.
        Desde el llano al principio de lo que llamamos camino hondo podemos calcular 900 a 1.000 metros, el camino hundido tiene 200 metros, y al final de éste debió estar la entrada a la ciudad; desde este punto, ya en plena MECA, se conservan perfectamente 600 metros de calle, estando borrados 150, distancia que falta desde el último vestigio al final, lugar donde creemos ver las ruinas de un santuario y en donde se encuentran multitud de mosaicos grises y negros.
        En el camino hondo se ven suficientes señales para poder suponer que hábiles arqueros, desde este sitio, cómodamente, podían defender la ciudad sin temor de ser heridos, pues este camino, además de ser tal, resulta magnifica trinchera en la que no faltan puntos desde los que se atalayan todos los contornos a varios kilómetros.
        En su mitad, y en el sitio en donde, dando una suave revuelta, va a introducirse en la ciudad y en la pared que mira al llano, se ve una escalera que sube al punto más alto del muro, en el cual existe un pequeño nicho, sin duda la atalaya principal custodia del poblado.
        Causa admiración el trabajo que supone la construcción de esta notable vía, y ella sola nos demuestra la gran importancia de la ciudad cuyas ruinas describimos.
        Los Sres. BREUIL Y CABRÉ, en Meca y encima de la cueva conocida con el nombre del Rey Moro, han hecho notar la presencia de pinturas rupestres.
        La Cueva del Rey Moro, hundida debajo de la ciudad de Meca, es un gran abrigo de 80 metros de largo, 15 de profundidad y unos 10 de altura, que en tiempos prehistóricos sirvió de habitación. Desde ella se divisa un panorama magnífico. Su orientación es al Norte y su nombre es atribuído a los moros, por la misma razón que les son atribuídas las ruinas de la ciudad. Desde ésta desciende un camino al abrigo, bordeando el precipicio, y para salvarlo se necesitan pies y cabeza bien firmes, para no dejarse tragar por el abismo.
        Este camino, hoy difícul hasta para el paso de cabras, fué en tiempos accesible para vehículos rodados, pues en él se notan señales claras de las ruedas que lo desgastaron.
        No toda la vertiente del cerro, fuera del recinto amurallado, se ven abundantísimas señales de haber existido otra población o barrio anejo a lo que fué la ciudad denominada Meca; viviendas, sin duda, para labradores y ganaderos en tiempo de paz.
        También se ven varias y profundas cuevas con señales indubitadas de haber servido durante mucho tiempo de habitación al hombre.
        Creemos que estas cavernas son moradas de los ascendientes de los que edificaron a Meca. Tal vez sean de la población neolítica que nos dejarra parte de las soberbias pinturas que tanto nombre entre los arqueólogos han dado a la villa de Alpera.»

COMENTARIOS
        Escolano, dado el tiempo en que floreció, al describir las ruinas de Meca se limitó a decir: «Aquí existió un pueblo, éste seguramente romano», y no paró en más observaciones, pues en aquellos tiempos nada interesaba y era por completo desconocida la prehistoria.
        CAVANILLES, al igual que ESCOLANO, describe las ruinas, teniendo gran importancia, por decirnos cómo se hallaban en el siglo XVIII. Es descripción exacta y poco ha cambiado Meca desde entonces. Hace constar la existencia de multitud de cerámica roja y gris, fragmentaria.
        El Canónigo LOZANO trata de MECA algo confusamente, como trata de casi todos los pueblos de que se ocupa en su obra Bastitania y Contestania.
        Nosotros no podemos hacer gran caso de sus palabras, pues tenemos motivos para saber que en muchos casos deja correr a su fantasía con sobrada facilidad.
        Desde luego Meca nada tiene ni tuvo que ver con Almansa. Esta está muy lejos de aquélla, pues existe una distancia de 20 o más kilómetros, estando situada en la vertiente opuesta del Mugrón.
        Además existen varios pueblos más cercanos a Meca que a Almansa, entre otros Alpera, que tan sólo dista unos 3 o 4 kilómetros. Tal vez ésta pueda ser su descendiente.
        La explicación del porqué se denominan Meca estas ruinas, aunque no absurda, nos parece poco probable su asertación, pues ninguna noticia tenemos de un poblado, así llamado en tiempo de los árabes en esta región, y no hemos encontrado ruinas árabes para poder creer que esta ciudad existiera en tiempos de la dominación musulmana.
        Suponemos que Meca se llama así sencillamente por el afán de todo labriego español de atribuir toda ruina o antigüedad a «cosas de moros» y ser además frecuente en España encontrar nombres parecidos; verbigracia: Meco, Sierra de Valdemeca, Meca en la provincia de Cádiz, etc., etc., y Meca la llamaron, la llaman y tal vez la llamarán durante muchos años, pues entre los vecinos de aquellos contornos «a los moros» se siguen atribuyendo estas ruinas.
        Las monedas de Commodo y Linicio que LOZANO VIÓ en Almansa y le dijeron que eran de Meca, nada quieren decir, pues podían ser o no de este punto, puesto que él no nos dice quién ni cuándo fueron encontradas.
        Nos parece ligero el señalar al nombre de Meca mil años de antigüedad, pues aun dado el caso de que Meca fuese así llamada por los árabes, éstos tardarían varios siglos en olvidar su nombre primitivo y denominarla con el nuevo, careciendo, además, para estos minuciosos datos de la necessaria documentación.
        CEÁN BERMUDEZ, al describir a Almansa, afirma erróneamente que ésta era del partido de Villena; sin duda quiso decir que en la antigüedad Almansa, como toda esta región, perteneció al antiguo marquesado de Villena. (SALAZAR Y CASTRO.---Historia Genealógica de la Casa de Lara.---Imprenta Real. Madrid, 1697.)
        Todo cuanto escribe CEÁN BERMUDEZ primeramente de Meca, copia, como puede cotejarse, a LOZANO, incurriendo en el mismo error de unir Meca a Almansa.
        Al referirse a Cofrentes (Cofrontes), también incurre en error, pues Meca dista mucho de este punto.
        La tercera cita es la que realmente habla de nuestra Meca, y él la visitó o fué exactamente informado, pues detalla muy bien, dada su época de poca afición e interés arqueológico.
        MADOZ, dado el carácter de su obra, se limita a una simple descripción.
        ARTHUR ENGEL, como puede notarse, trata sólo de paso y se abstiene de dar una opinión concreta.
        PIERRE PARIS comienza transcribiendo a CEÁN BERMUDEZ, y advierte el error de éste de confundir Almansa con Meca; sin duda Paris no recordó lo que del Castellar de Meca había dicho el Canónigo LOZANO, y, por lo tanto, no pudo caer en la cuenta de que CEÁN BERMUDEZ había copiado al pie de la letra de Bastitania y Contestania, creyendo que Meca-Almansa era diferente de Meca-Mugrón.
        El profesor PARIS VIÓ en Meca muchos fragmentos de cerámica árabe; nosotros, que, como él, hemos permanecido varios días en Meca, la hemos visitado diferentes veces y hemos practicado excavaciones en sus casas, caminos, aljibes y alrededores, no hemos tropezado ni con una pequeña muestra que al pueblo de Mahoma podamos atribuir, por lo que nos atrevemos a suponer que al pisar el suelo hispano Tarik y Muza, Meca estaba ya abatida y derrumbada.
        Lo que llama la atención a PIERRE PARIS, o sea encontrar toda la cerámica hecha migajas, es cosa muy corriente en toda esta región; todo está deshecho y despedazado, salvo en las necrópolis, en que las urnas y demás objetos funerarios están enterrados a alguna profundidad. Esto, problema para PARIS, con todo respeto hemos de atrevernos a resolverlo, como conocedores que somos del terreno en el cual pasamos varios meses del año.
        En los alrededores del Cerro de los Santos, en el Llano de la Consolación, en Marisparza, en Los Hitos, en Torreones, en el Carrascal, en Villares y en otras estaciones, se da este caso; este desastre no es debido ni a la Naturaleza, ni a la consciente obra del hombre; el cataclismo es producido por el labrador, por los arados, que al roturar el suelo enganchan con su reja la cerámica, la cual reducen a polvo.
        EN MECA existen muchos montones de piedra que forman pequeñas pirámides; son los materiales que constituyeron las casas y murallas de Meca. Están en esta forma, porque en tiempos lejanos la planicie en que estaba asentada esta ciudad fué destinada al cultivo de cereales, y los guijarros estorbaban para dejar paso libre al arado.
        Los labradores se cansaron de cultivar terreno tan miserable, y al abandonarlo la tierra se fué apretando dejando en su superficie la cerámica destruída durante los años que el arado puso a contribución el suelo.
        Las cisternas llenas, cegadas, lo fueron en aquella época en que la tierra movediza se dejaba arrastrar de los grandes turbiones estivales, los cuales son verdaderamente terribles, pues nosotros hemos presenciado en Meca tres o cuatro tormentas grandes en verano, y jamás hemos visto espectáculo más grandiosamente salvaje e imponente. De aquí que todo está removido, confuso, y esta es la explicación del porqué no guardan orden cronológico las capas de tierra que rellenan aquellas ruinas.
        SERRANO. Nosotros, aunque aceptamos casi todo lo escrito por este señor, no podemos admitir algunas particularidades, sobre todo lo del «camino cubierto», cosa innecesaria para aquellas gentes y que debió ser ideado por puro afán de hacer aún más inexpugnable a Meca, en la mente del Maestro de Bonete.
        SABATER. Nada dice provechoso, y dejándose llevar por una imaginación calenturienta, habla de gigantes, merodeadores, salvajes y misterios. Su carta-nota es pura fantasía que contrasta con las demás descripciones. Lo dicho por esta señor nos hace creer que quiso divertirse un rato escribiendo un cuento oriental al estilo de Las mil y una noches.
        ALMARCHE. La antigua Civilización Ibérica en el Reino de Valencia, notabilísima obra de este señor, se limita tan sólo tratando de las antigüedades de Ayora, a lo dicho por otros de Meca, dando preferencia a ESCOLANO Y CAVANILLES, e indica que éste es el primero de los escritores antiguos que le llama la atención, los restos de la cerámica ibérica.
        DIAZ LLANOS. En su bien escrito trabajo de divulgación científica Apuntes sobre la Tierra y el Hombre, habla de todas las poblaciones antiguas de España, dedicando un capítulo entero a Meca, en el que, tratando de todo lo escrito sobre ella hasta el día por diferentes escritores, la muestra tal cual es, prestando con ello un buen servicio al gran público para quien escribe su obra.
        MENÉNDEZ PELAYO Y BOSH sólo de pasada se han ocupado de Meca, ambos con su acertada maestría y profunda ciencia.
        Algunos otros han escrito de estas ruinas en revistas y libros, pero sus trabajos, o no han llegado a nuéstras manos o tan sólo incidentalmente han escrito de ellas.

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  1. Biblioteca de El Escorial. Manuscritos. ::Relaciones Histórico-Geográficas de los pueblos de España.:: Tomo V. Pág. 519.




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